Durante décadas, Argentina ha sido un país atrapado entre promesas energéticas incumplidas y ciclos de dependencia importadora. Pero la irrupción de Vaca Muerta y la próxima ola de proyectos de Gas Natural Licuado (GNL) están reescribiendo ese destino. Lo que se está gestando no es solo un boom exportador de hidrocarburos, sino una transformación estructural de la economía argentina, anclada en el gas, la petroquímica y la energía de bajo costo.

En apenas una década, Vaca Muerta pasó de ser una curiosidad geológica a convertirse en la segunda reserva mundial de gas no convencional y en el corazón de un sistema energético que redefine los márgenes de crecimiento nacional.
Hoy, el 60% del gas argentino proviene de Neuquén, y la producción alcanzó un récord de 113,9 millones de metros cúbicos diarios en julio de 2025. Pero lo más relevante no es el presente, sino el horizonte con las proyecciones que apuntan a superar los 250 MM³/día en 2030, impulsadas por los grandes proyectos de licuefacción en marcha.
Esa expansión productiva —apoyada por gasoductos nuevos, ampliaciones portuarias y reversiones de flujos hacia el norte— permitirá a la Argentina convertirse en exportador neto de energía, con un superávit potencial superior a los USD 30.000 millones anuales hacia el fin de la década.
El salto cualitativo proviene del GNL donde Argentina ya tiene en desarrollo tres grandes proyectos de licuefacción, liderados por YPF y socios internacionales como PAE, Shell, Golar y Eni, con inversiones que superan los USD 45.000 millones en conjunto. La meta es instalar hasta seis buques flotantes de licuefacción en las costas de Río Negro, con una capacidad total proyectada de 28 MTPA. Estas iniciativas, de concretarse, colocarían al país entre los 12 mayores exportadores de GNL del mundo.
Cada barco de licuefacción representa una planta industrial flotante, capaz de transformar el gas argentino en divisas y, más importante aún, en estabilidad macroeconómica. Pero para sostener esa producción, el país deberá casi duplicar su extracción actual. De allí que los proyectos de GNL sean verdaderos motores de inversión aguas arriba, acelerando perforaciones, ampliando infraestructura y generando miles de empleos técnicos e industriales, tanto en la zona de influencia como en otros puntos del país, alcanzados también por el impacto de esta industria de fuerte potencial de crecimiento.
El factor multiplicador
La clave, sin embargo, no está solo en exportar gas licuado, sino en aprovechar el gas que se separa del proceso de licuefacción. El gas natural de Vaca Muerta es rico en líquidos —etano, propano, butano— que deben ser retirados para obtener un gas seco apto para GNL. Lejos de ser un residuo, ese gas remanente es la base de una nueva ola de desarrollo petroquímico.
El etano, procesado localmente, se convierte en etileno, el insumo fundamental para la industria de plásticos, fibras y resinas. Iniciativas como el proyecto Vaca Muerta Liquids —con inversiones de USD 2.000 millones en una planta de NGLs y una terminal de exportación atlántica— demuestran el potencial de este nuevo ecosistema industrial.
Según estimaciones, la separación y valorización de líquidos del gas podría generar más de USD 5.000 millones en exportaciones adicionales por año, además de una cadena de empleo calificado y sustitución de importaciones en el sector químico.
El desarrollo petroquímico no es accesorio, sino esencial para la sustentabilidad técnica y económica del GNL. Sin plantas de separación de líquidos, los trenes de licuefacción no pueden operar eficientemente. En otras palabras, la petroquímica es la llave que hace posible al GNL. Pero también es el puente hacia un modelo de industrialización profunda, donde Argentina deje de exportar solo moléculas energéticas para exportar industria, valor y tecnología.
Esta integración dual —GNL y petroquímica— convierte al gas en una plataforma de diversificación productiva, capaz de estabilizar el ingreso de divisas y reducir la volatilidad macroeconómica que históricamente ha limitado la planificación de largo plazo en el país, atravesado por crisis cíclicas desde hace años.
Una nueva matriz energética
Hacia 2030, Argentina podría exhibir un sistema energético con una matriz mixta y competitiva: gas abundante y barato, una base renovable en expansión y el resurgimiento de la energía nuclear como fuente firme. Esa tríada no solo garantiza energía asequible para hogares e industrias, sino que habilita la revolución tecnológica que se avecina.
Proyectos como “Stargate Argentina”, anunciado junto a OpenAI, son un ejemplo de cómo la disponibilidad de energía competitiva se convierte en un activo estratégico para atraer inversiones de inteligencia artificial, centros de datos y manufactura avanzada. Energía barata y estable es el insumo invisible del desarrollo digital y del nuevo paradigma industrial que se abre.
Argentina tiene por delante entonces una oportunidad única: pasar de ser exportador de commodities energéticos a ser productor de conocimiento, industria y valor agregado.
Los proyectos de GNL son el punto de partida, pero el destino final es mucho más ambicioso con una economía integrada, con energía abundante, industrias dinámicas y una inserción global basada en competitividad tecnológica. Esta etapa que ya comenzó nos llevará de ser un país que alguna vez soñó con autoabastecerse de energía a uno que estará en las puertas de convertirse en un exportador neto en el mediano y largo plazo para el resto del mundo.
Fuente: RN.
