Desde hace varias décadas se conoce la existencia de la formación Vaca Muerta, en la cuenca neuquina argentina. Pero fue recién a partir de 2011 que comenzaron a estimarse reservas probadas en su “roca madre”, gracias al desarrollo de tecnologías de extracción (fracturación hidráulica y perforación horizontal) que permitieron hacer económicamente rentable poner en producción el yacimiento.

Hoy, Vaca Muerta se posiciona como la segunda reserva mundial de shalegas, y la cuarta de shale oil del mundo, es decir, uno de los yacimientos más grandes del planeta reconfigurando el mapa energético argentino. De hecho, gracias a las reservas probadas en esta formación, el horizonte de autoabastecimiento nacional se extendió a 184 años en gas y 85 años en petróleo, según datos oficiales de la Secretaría de Energía.
El punto de inflexión llegó en 2013, con la alianza entre YPF y Chevron para desarrollar el bloque Loma Campana, el primero en entrar en producción masiva. Desde entonces, YPF y otras empresas nacionales e internacionales se instalaron en la región para aprovechar el nuevo “oro negro” de la Patagonia. En poco más de una década, el sueño de convertir a Vaca Muerta en una plataforma energética global pasó de promesa a realidad tangible.
Los resultados hablan por sí solos. En septiembre de 2025, la producción nacional de petróleo alcanzó los 842.777 barriles diarios, acercándose al récord histórico de 1998. Más del 65% de esa producción provino de la cuenca neuquina, donde la extracción crece a un ritmo interanual del 27%. Vaca Muerta dejó de ser el futuro para transformarse en el presente energético de la Argentina.
El salto exportador no solo promete divisas: también puede diversificar la matriz exportadora argentina
Pero el petróleo no es la única carta fuerte. El gas de Vaca Muerta ofrece una oportunidad estratégica en un contexto global atravesado por la transición energética, ya que es considerada la energía de transición por excelencia al producir menos emisiones de gases de efecto invernadero que el carbón y el petróleo. A medida que el mundo acelera la descarbonización, se abre una ventana de oportunidad -tan valiosa como finita- para que Argentina exporte gas natural y petróleo antes de que el mercado cambie de manera estructural.
En ese horizonte, proyectos de infraestructura como el Gasoducto Néstor Kirchner, la expansión del sistema Oldelval y la construcción del Oleoducto Vaca Muerta Sur son piezas clave para evacuar la producción de gas y petróleo hacia los centros industriales y los puertos de exportación. También lo es la construcción de plantas o buques de licuefacción de Gas Natural Licuado (GNL), que permitirían enviar gas en barco a mercados distantes, como Europa o Asia, donde el invierno sigue demandando energía a gran escala.
Tanto el Oleoducto Vaca Muerta Sur como el proyecto de buques de licuefacción son proyectos aprobados dentro del Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI). El primero contempla una inversión de 3.000 millones de dólares y fue presentado por un consorcio de empresas encabezado por YPF (participan Vista, Pampa, PAE, Chevrón, Pluspetrol y Shell Argentina). El segundo proyecto, que supera los 6.000 millones de dólares de inversión, lo presentó Southern Energy (compañía propiedad de PAE, YPF, Pampa Energía, Harbour Energy y Golar LNG) y espera sumar exportaciones por 20.000 millones de dólares entre 2027 y 2035, creando 1.900 puestos de trabajo directos e indirectos durante la etapa de construcción.
Cada molécula que se extrae de Neuquén es una factura menos a pagar en dólares por gas licuado importado
El salto exportador no solo promete divisas. También puede diversificar la matriz exportadora argentina, históricamente concentrada en el agro y en la región centro del país. De consolidarse, el complejo energético de Vaca Muerta podría convertirse en un nuevo polo exportador, junto al campo, aportando estabilidad macroeconómica y nuevas fuentes de empleo e inversión.
Al mismo tiempo, el desarrollo de la formación permitió sustituir importaciones de gas, especialmente en los meses fríos, cuando el país solía afrontar déficits energéticos que presionaban la balanza comercial y complicaban la macroeconomía. Cada molécula que se extrae de Neuquén es una factura menos a pagar en dólares por gas licuado importado.
Sin embargo, no todo es certidumbre. La expansión de Vaca Muerta exige infraestructura, inversión y estabilidad regulatoria. Sin una red adecuada de gasoductos, plantas y puertos, gran parte del potencial podría quedar bajo tierra. En paralelo, el desafío ambiental se vuelve ineludible. La fracturación hidráulica implica un consumo intensivo de agua y emisiones asociadas. En un mundo que transita hacia energías limpias, Argentina deberá mostrar que puede desarrollar sus recursos fósiles con estándares sostenibles, combinando eficiencia, control y mitigación del impacto.
De cara al 2030, los escenarios son alentadores: si las inversiones se concretan, el país podría alcanzar 1,5 millones de barriles diarios de petróleo y exportar volúmenes crecientes de gas. En ese caso, el sector energético podría transformarse en una verdadera fábrica de dólares y en un motor de desarrollo federal para el país.
El futuro de Vaca Muerta, en definitiva, se escribe hoy. Argentina tiene los recursos, el conocimiento y las empresas dispuestas a escalar el desafío. Pero también tiene poco tiempo: la ventana global del petróleo y el gas no permanecerá abierta para siempre. Aprovecharla o dejarla pasar definirá buena parte del rumbo económico de las próximas décadas.
Fuente: ElAuditor.
